La necesidad de Serenidad

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“Hacerlo bien” ha dejado de ser suficiente, ahora hay que hacerlo “muy bien”. En el pasado, la medicina provocaba que los síntomas dejaran de doler; hoy en día las cosas son distintas y los fármacos se utiliza para sentirnos mejor, pese a no tener algún rastro de enfermedad, muchos de estos remedios funcionan para que rindamos más, para que aumentemos nuestra productividad –o como diría Byung-Chul Han: para hacernos viejos sin envejecer–. 

Personas sin disfunción eréctil toman viagra con el objetivo de que el encuentro sexual dure lo más que se pueda, extendiendo ese evento como muestra de un desempeño superior al esperado. En el sistema patriarcal, heteronormado, de la mejora continua, a los hombres se les ha enseñado que entre más prolongada sea la faena, las mujeres tendremos mayor placer, sin embargo, para nosotras no necesariamente funciona así, el tiempo y el disfrute no están obligatoriamente correlacionados. 

Desde la lógica donde “más es mejor”, la farmacología dejó de producir medicamentos para las personas enfermas. En relación al ejemplo del uso del viagra, hace unos años surgió –de forma sincronizada– un comercial de la pastilla azul vigorizante que pregonaba lo siguiente: no es para quien no puede sino para quien quiere más. Dicho sloganse puede aplicar a aspectos más allá del acto sexual, trasladándose a un paradigma de mejoramiento generalizado que se extiende a ámbitos como lo profesional  y lo cotidiano. 

Si hay algo para ser mejor sería absurdo no tomarlo; negarse sería irracional. Esta racionalidad del rendimiento capitalista ha permeado a ámbitos humanos íntimos, como la salud y la sexualidad. En la época de la aceleración en la que vivimos, la solución se compra en la farmacia, se busca en el libro de autoayuda o despertándonos a las 5 de la mañana porque, entre más temprano nos levantemos de la cama, nuestro día para producir tiene más horas, brindándonos la oportunidad de leer más libros, escribir más páginas, subir más stories, etcétera. 

Ahora es posible dormir menos cuando se toman soluciones como la cafeína, la vitamina B, drogas estimulantes como las metanfetaminas, cuando escuchamos música alentadora o pasamos una buena parte de nuestras vidas viendo una pantalla (o múltiples). Pero estas acciones no sólo nos mantendrán en actividad sino en un estado de ansiedad crónico. Nada grave para lo que no podamos medicarnos más, porque la ansiedad también tiene sus propios antídotos: yoga, meditación, mindfulness, CBD, por mencionar algunos: Y así, cíclicamente, vivimos entre una fluctuación de periodos de cansancio, frustración –porque el éxito siempre está en otro tiempo que no es el presente– y ansiedad. 

FOTO: Panadería Filosófica

Habitamos nuestras vidas entre sustancias que nos brindan la sensación de recuperar las horas perdidas de sueño y aquellas que nos estabilizan la ansiedad cuando sentimos que nuestro ritmo cardiaco se apresura. Existe la solución para todo. Los avances tecnocientíficos, junto con la falta de tiempo para vivir, nos orillan a desconectarnos de nuestro cuerpo, emociones y relaciones. Llorar una ruptura amorosa o tomarnos unos días para recuperarnos de una enfermedad se resume a horas no productivas; es mejor estar facturando a atender un corazón roto o un hueso esguinzado. El tiempo se resume en dinero (en éxito económico) y esto es lo más importante. 

Pareciera que experimentar el dolor físico o sentimental es una elección masoquista cuando se tiene la opción de tomar un clona o un dolo-neurobión. Así, poco a poco, nos hemos ido desenchufando de nuestro cuerpo, desconociendo sus alcances en condiciones más o menos naturales. Cuando pensamos en cómo optimizar nuestro organismo, que simplemente funcione es insuficiente, tenemos que buscar su mayor rendimiento: tenemos que querer más.

Y ¿si quisiéramos ya no “ser más”? ¿Qué pasaría si esta idea de acumular (conocimiento, viajes, matches, experiencias, o lo que sea) ya no nos fuera atractiva? Es probable que habitáramos el mundo desde maneras otras de existir, quizá con un ligero freno y mayor satisfacción, sin necesidad de ir en automático. “Quisiera denominar esta actitud que dice simultáneamente «sí» y «no» al mundo técnico con una antigua palabra: la Serenidad (Gelassenheit) para con las cosas”[1]. ¿Y si decidiéramos actuar desde la reflexión como propuesta al ritmo contemporáneo? 

La Serenidad como la posibilidad de hacer una pausa, de marcar un ritmo propio, donde podamos disfrutar sin ir al límite, respetando nuestros tiempos personales. La Serenidad sin dispersión, sino por el contrario teniendo el hábito de la focalización; la Serenidad como una propuesta de estar en la vida. Para Martin Heidegger, la Serenidad trae consigo apertura al mistero, aceptar que las cosas sean y se revelen por sí mismas sin intervención del ego, dejando espacio a lo desconocido, a todo aquello que se nos va de las manos –aunque seamos del grupo de quienes se levantan a las 5 de la mañana–. La Serenidad como la aceptación del misterio de todo aquello que no lograremos, porque nuestro cuerpo, nuestras emociones, el tiempo y la energía, son recursos limitados. Misterio: Actitud de aceptación de todo aquello que no viviré.

Desde la Serenidad, dos maneras de resistencia en esta época son: buscar la lentitud y hacer un uso prudente de la tecnología.

Mientras compañías como Amazon hacen sus entregas cada vez más rápidas, oponernos a estas temporalidades es llevar la contraria. Buscar pausas en un mundo hipertecnologizado pareciera absurdo; hemos perdido la habilidad de esperar a que el único teléfono de la casa se desocupe para hacer uso del mismo, ya no sabemos a qué sabe el caldo de pollo que nos hacía nuestra mamá cuando enfermábamos; y las conversaciones de sobremesa en la cena familiar se han transformado en silencios con movimientos veloces de los dedos ocupados scrolleando TikTok.

¿Qué pasaría si digéramos «sí» y «no» a lo actual, pero con una actitud serena? No podemos pelearnos con la tecnología –ni negar su existencia y beneficios–. Desde este enfoque, quizás podríamos usarla a nuestro servicio, empleándola cuando se necesite, por ejemplo: en el descubrimiento de medicina para enfermedades hasta hoy incurables, en materiales de construcción sostenibles y amigables con el ambiente, en el empleo de IAs para tratar trastornos mentales o en el uso de energía eólica y solar renovable y no cuando se quiera maximizar capacidades que no están dañadas.

La diferencia fundamental entre el aceleramiento y la Serenidad radica en su orientación hacia el tiempo y la experiencia. Mientras que el aceleramiento implica una orientación hacia el futuro, marcada por la búsqueda constante de más y la sensación de falta, la Serenidad implica una orientación hacia el presente, caracterizada por la aceptación y la apertura a la experiencia del ser-en-el-mundo. El aceleramiento se relaciona con una mentalidad de urgencia y búsqueda constante de “más”, mientras que la Serenidad se relaciona con una actitud de aceptación suave a la realidad y apertura a la experiencia misteriosa del ser.

Quiero resaltar que no estoy peleada ni con el viagra, ni con el clona o con los somníferos, por el contrario, creo que bien utilizados –bajo un encuadre que incluya la perspectiva de varias disciplinas–, estos medicamentos pueden ser recursos que le otorgen bienestar tanto a las personas que los consumen como a su entorno. Lo que pongo en duda es la insensatez de que las cosas sean no para quien-no-puede sino para quien-quiere-más. Medicarnos porque queremos más, eventualmente nos roba la oportunida de sentirnos satisfechas y satisfechos con nuestras vidas, nuestros cuerpos, nuestras relaciones, ya que siempre, desde este paradigma, podremos más y mejor. 

Así, construimos la ilusión de que quizá el siguiente match sea una mejor opción o que el próximo carro tendrá que ser de una gama más alta, creyendo en la posibilidad de que lo que se avecine siempre será más atractivo que lo actual. Esta actitud nos lleva a vivir en otro tiempo, que no es el presente, pero tampoco el futuro, pues éste nunca llega porque creemos que siempre habrá algo más interesante “allá”, en ese otro lugar, tiempo y espacio, que nos son inaccesibles. “Allá” donde todavía no estamos y quién sabe si logremos estar; aún así, se nos promete que será mejor. Estas dimensiones otras parecen tener efectos encantadores, ya sea porque nos sobreestimulan o nos paralizan, arrebatándonos la posibilidad de tener paz, serenidad. 

En un mundo obsesionado con el rendimiento y la optimización, la Serenidad emerge como una valiosa propuesta filosófica para contrarrestar la ansiedad y la insatisfacción crónica. Al adoptar una actitud de aceptación serena y apertura al misterio del ser, podemos resistir la lógica del aceleramiento, encontrando un mayor equilibrio y bienestar en nuestras vidas. La invitación es a hacer una pausa, marcar un ritmo propio, donde podamos disfrutar sin llegar siempre al límite, respetando nuestra cadencia personal. La Serenidad, entonces, no sólo se convierte en una actitud de resistencia frente al paradigma contemporáneo de la producción y del “mientras más, mejor”, sino también en una forma de estar presentes en la vida.

Notas y referencias bibliográficas

[1] Heidegger, M. Serenidad. Apuntes filosóficos. https://apuntesfilosoficos.cl/textos/Heidegger%20-%20Serenidad.pdf

2 comentarios en “La necesidad de Serenidad

  1. Avatar de Marco
    Marco dice:

    el sistema en el que vivimos y nos educan tiene mucho que ver con el querer más, acumular, simular, poco de esto realmente es necesario y es causante de mucho estrés social me parece.

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  2. Avatar de Gabriela Pérez Moreno
    Gabriela Pérez Moreno dice:

    Vivimos en un mundo donde el estar afuera más que adentro es lo que realmente impacta y de esta forma, al no adentrarnos en nuestro interior, no podemos sentirnos, lo que nos lleva a necesitar de estímulos para poder «conectar» con lo que sea, lo has dicho perfecto, falta de presencia, ¡somos el principal ausente en nuestras propias vidas! Súper interesante tú artículo, gracias por compartirlo!

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