El curioso caso del saber

No estoy seguro de que yo exista, en realidad. Soy todos los autores que he leído, toda la gente que he conocido, todas las mujeres que he amado. Todas las ciudades que he visitado, todos mis antepasados.

Jorge Luis Borges

Somos todo aquello que nos hemos permitido conocer, escuchar y leer. No pude dejar de pensar en esto tras encontrarme con un texto que exponía la idea de la filosofía como hospitalidad del pensamiento de Anne Dufourmantelle. Esta brillante idea sugiere que la filosofía implica necesariamente una hospitalidad del pensamiento. Para aquellas personas que queremos comprender el mundo de manera rigurosa, requerimos empaparnos de la pluralidad de ideas, personas y argumentos. Por eso, es un requisito indispensable leer y escuchar, inclusive el contenido con el que no concordamos.

No nacemos sabiendo. El conocimiento implica un juego de paciencia, de errar constantemente y de cambiar de opinión todo el tiempo. Si pensamos de una manera idéntica que hace cinco o diez años, probablemente nuestro pensamiento sea estático y rígido. Como bien decía Eric Hoffer, en tiempos de cambios, sólo aquellos que estén abiertos al aprendizaje se adueñarán del futuro, porque aquellos que ahora creen saberlo todo, estarán bien equipados para un mundo que ya no exista.

Quizá entonces, no haya otra manera de lograr un sistema de pensamiento más completo que tomando el riesgo de tener una actitud hospitalaria. La hospitalidad implica acoger a un desconocido, significa albergar o recibir a los extranjeros. ¿Y no hacemos eso cada que leemos a un nuevo autor? Amablemente le abrimos a este nuevo individuo la puerta del recinto donde habitan lo que sabemos y creemos, a la fuente que rige nuestra manera de actuar; abrimos la puerta donde habita lo que somos. Albergar a un nuevo autor o autora es darle acogida en nuestra moralis y eso, no es poca cosa. Implica exponer de frente nuestro espíritu y nuestro propio cuerpo. Michel Foucault no se equivocaba al decir que el alma es la prisión del cuerpo y por tanto, nuestro cuerpo será “prisionero” del pensamiento de aquellas personas a quienes recibamos, aunque sea temporalmente.

Recibir, alojar, abrir la puerta al pensamiento de otra persona es poner el cuerpo y el alma cerca del fuego. Tener una actitud hospitalaria es recibir a personas desconocidas en nuestro hogar: nuestro “yo” es el hogar de quienes somos, del hogar que habitamos y también del hogar que exteriorizamos. Es por eso que aquí he decidido usar la analogía del hogar de forma polisémica, pues pretende abordar quiénes somos y dónde habitamos. Implica un doble significado dependiente del mismo y es por eso que la importancia del saber es tan grande, pues se desdibujan las fronteras entre lo individual y lo colectivo y viceversa; ambos forman parte de lo mismo: nuestro hogar. Pero esto nos lleva a un pequeño dilema: ¿debo recibir a cualquier autor o autora en mi hogar? ¿o sería mejor no dejar entrar a cualquiera?

Me parece que la primera intuición sería la de no recibir a cualquier persona: hay mucho en riesgo, pues al final del día es nuestro hogar. Sin embargo, pienso que no hay elección. Filtrar las ideas parece algo arriesgado, no tanto porque no existan ideas que merezcan ser olvidadas o pasadas por alto, sino porque no parece existir un “filtro neutral”. Un filtro instalado por nuestros propios sesgos y saberes parece una terrible idea, porque sólo tendríamos una sala llena de invitados iguales. ¿Cómo distinguir entonces la razón? Aunque anti-intuitivo, me parece que la mejor decisión es recibir a todos en cuanto podamos, que pasen cien, no importa, ya habrá como acomodarlos; donde entra uno caben dos. Con el tiempo, no todos se quedarán, algunos se irán por cuenta propia sin que nos percatemos, otros escaparán o serán expulsados por nosotros mismos e incluso, a algunos les dejaremos ir con todo el dolor de nuestro corazón.

Quizá aquí está una de las mejores ideas liberales: la de permitir siempre cualquier pensamiento con el fin de no caer en absolutismos por el simple hecho de que podríamos estar equivocados. Se repetirán muchas tonterías y obviedades obsoletas, sin duda alguna, pero que nos sirvan entonces para reafirmar que tenemos las razones correctas para creer o saber algo. El mayor riesgo entonces es el de no recibir a los extranjeros, mirarles pasar e ignorarles. Quizá por eso el terror de Tomás de Aquino fue el «Homo unius libri» (El hombre de un solo libro), porque la persona que hace de su saber un solo libro, autor, postura o conocimiento, no sólo sabe muy poco sino que sabe menos que quien no ha leído nada –al menos este último no pensará que lo sabe todo por haber leído un solo libro. Hay razones para temer de la persona de un solo huésped.

Lo curioso del saber es que no hay una forma correcta de entrar a él. No existe tal cosa como un mapa o panfleto para no perderse. Inevitablemente nos perdemos porque vamos construyendo nuestro saber, nuestro hogar, de la mano de inquilinos inesperados y diversos. Si una advertencia he de dejar a aquellas personas, que como yo, piensan que es buena idea albergar a cualquier extranjero que pida asilo por el azar, sería la de conducirse precavidamente. Un buen anfitrión recibe a todo aquel que pide asilo, pero no sucumbe a todas las exigencias de éste, sólo a lo que le es posible. Un buen anfitrión no es aquel que deja a los invitados hacer y deshacer, que rompan sus muebles o cambien el color de su hogar a su gusto. Un buen anfitrión puede recibir a sus huéspedes de manera satisfactoria e incluso permitir que se ensucie un poco el hogar, que se manche, que las cosas se muevan de donde estaban, sin que esto implique el deterioro del hogar. Se puede limpiar después, siempre y cuando no se permita el libertinaje sino la libertad. Un buen anfitrión del pensamiento permite la entrada de sus huéspedes sin que éstos se apoderen del hogar por completo. Un buen anfitrión del pensamiento es más sabio por reconocerse en otros pero no porque otros lo construyan, sino porque se construye en otros.

2 comentarios en “El curioso caso del saber

  1. Avatar de Patricia
    Patricia dice:

    Felicidades Omar
    Me gustó mucho
    Es real nuestro hogar está dentro de nosotros y aprender a escuchar esa voz interna la intuicion para saber que pensamientos necesitamos disfrutamos nos ayudan a crecer y cuáles desechar
    Y aceptar nuevas ideas y pensamientos para poder sobrevivir al futuro al cambio de pensamientos
    Gracias

    Me gusta

Replica a Patricia Cancelar la respuesta