
El yo puede ser muy aburrido
Gabriel Zaid
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Uno de los efectos más interesantes de acercarse a la historia, es que disloca algunos elementos de nuestra comprensión del mundo. El enunciado culpable de esta mañana: “solo hacia 1925 aparece el concepto de vida cotidiana o lo que sería igual, la vida cotidiana se convierte en una cuestión relevante para el pensamiento” (Petit, 2015, p. 49). Con esto, el profesor de filosofía y militante, Santiago López Petit hace alusión a que la industrialización posterior a la primera guerra mundial comenzó a marcar los ritmos de la ciudad y a definir las actividades que realizaban nuestros ancestros. Surge una prolongación de la jornada laboral, una codificación del movimiento de los cuerpos en la industria. Con esto estamos hablando la producción en serie, que dicho en el mismo tono de la humorista Philomena Cunk: fue la encargada de inventar el aburrimiento y el sinsentido en las sociedades contemporáneas.
Para Petit, la formulación de la vida cotidiana como concepto, fue a su vez crítica y descripción. En medio de aquel terrible aburrimiento había que buscar algo que diera sentido a la vida. Desde el punto de vista del filósofo español, esto inauguró que los surrealistas buscaran exhaustivamente en el ya existente inconsciente freudiano, una riqueza que se encontraba ya ausente en la vida. Otro filósofo, Pascal Bruckner también considera que el psicoanálisis dotó de una inesperada profundidad a la vida, pues ahora nuestros comportamientos benignos tenían un sentido oculto, y por tanto: “ya no hay individuos insignificantes, sino grandes personajes que todavía no se conocen a sí mismos y que despliegan la opulencia psíquica de un Miguel Ángel, un Borgia o un Shakespeare” (Bruckner, 2008, p. 102). Resulta interesante observar que por estos años, también hacen aparición las novelas de Hermann Hesse, que están caracterizadas por la búsqueda constante del desarrollo interior. Las obras de Hesse oscilan entre el color gris de la racionalidad excesiva del lobo estepario hacia los colores del teatro de los locos y la vitalidad de oriente, donde se refugia el autor. En medio de tanto tedio había que zarpar hacia las tierras desconocidas del yo.
El camino a la novedad
El mundo no siempre fue así. Como nos recuerda el psicólogo social Pablo Fernández Christlieb: “antes del siglo XIX, para ser yo no había que meterse en el espejo ni inventar automatismos inconscientes, sino vivir dentro de la sociedad y pertenecer al mundo” (Christlieb, 2011, pp. 192-193). Para el autor, la cultura en la historia de la humanidad, ha estado llena de pensamientos y de sentimientos que se contagian en cada época. Por poner un ejemplo, en el barroco, estos dos se proyectaban hacia el exterior y su racionalidad fluía en distintos espacios. El carácter ostentoso no se observaba sólo en los edificios; también se veía en los vestidos, en los peluquines y en los coloridos pañuelos que se usaban para sonarse la nariz después de haber inhalado tabaco en polvo; además, como menciona Christlieb, en esta época se comienza también a fumar tabaco y a dibujar remolinos con su humo, ya fuera en el aire, o en su representación en las columnas barrocas. También la conversación es un arte de ingenio, de transmutación de las palabras y sobre todo el mejor momento del día. Había tanta exterioridad que la forma de equilibrar el asunto fue inventando el pudor y las cajas musicales para guardar secretos (Christlieb, 2011). Por esos motivos el autor considera que era fácil ser un yo en sociedad y que esto ofrecía una gran riqueza.
Fue necesario que llegara un filósofo como Immanuel Kant a preguntarse por lo que hacía posible de forma universal la experiencia de la razón y sobre todo, a realizar la pregunta por lo que es posible conocer y lo que es el ser humano, para que el mundo se repartiera la tarea haciendo distintos equipos entre cuates como la antropología, la sociología, la economía y la psicología. Con la última nacería el yo, y el resto es historia: psicoanálisis, psicología experimental, conductismo, humanismo existencial, terapia sistémica, cognitivo conductual, entre otras tantas. Hoy cuesta mucho trabajo no pensarnos sin la idea de la psicología, hablamos ya de imaginación, inteligencia, personalidad, estilos de apego, distorsiones cognitivas, pulsiones; mecanismos de defensa, trastornos. Notar los sentimientos y pensamientos que habitan en los objetos y en nuestros procesos sociales parece ya una fantasía irracional del pasado, como si sólo nos quedara depositar nuestras esperanzas en un yo. Con esto no busco encaminar este recorrido hacia una falsa nostalgia por un tiempo atrás que supuestamente era mejor. Simplemente busco regresar la sorpresa de que todos estos principios mentales y conductuales con los que ahora nos pensamos, han sido una construcción; una prótesis (Broncano, 2012) que funciona para algunas cosas pero entorpece para otras. Por eso los psicólogos tenemos que tomarnos en serio y con mucho respeto la objeción de algunas personas reticentes a la terapia que se preguntan por qué tendrían que hablar de su vida con un desconocido, hacer tareas después de cada sesión, contar sus sueños más terroríficos o los que contestan que pueden resolver ellos sus problemas y que el sufrimiento es parte de la vida. No porque tengan razón o no, sino porque esta extrañeza nos permite entender el carácter tan joven de nuestra disciplina y sobre todo, porque le encara preguntas que nos hacen pensar distinto nuestro trabajo: le regresan su dimensión histórica y le hablan de un antes y de otra forma de enfrentar la vida.

El estanco: un exceso de yo
Imaginemos a una persona frente a la ventana de un cuarto, uno de los millones del mundo que nadie sabe quién es. Aquí se encuentra nuestro poeta portugués de lentes ovalados y sombrero: Fernando Pessoa, que esta vez es tomado por la pluma de su heterónimo Álvaro Campos. Se encuentra escribiendo El estanco, poema que también ha sido traducido como La tabaquería, obra que traza todo un recorrido de ideas sobre los sueños, su realización o su imposibilidad; la crueldad del destino (el mundo es de quien nace para conquistarlo y no de quien sueña que puede conquistarlo aunque tenga razón) y los estragos de una personalidad que por mucho tiempo es reconocida como quien no es, y al intentar desmentirla, sólo queda una imagen triste: la de un hombre escondido en un guardarropa, desnudo de máscara y disfraz como un perro al que tolera la gerencia por ser inofensivo. Si bien, aparecen más temas en el poema, lo que sucede es que el autor va dándose cuenta de que la metafísica es una consecuencia de sentirse indispuesto. Entendiendo por ello la sospecha de que todas sus meditaciones que le hemos leído hasta el momento, obedecen a un malestar general, pero sobre todo, a una soledad y a una enajenación del mundo. Es aquí cuando algo en el exterior de su ventana comienza a llamarle. Un sujeto sale de la tabaquería de enfrente y se guarda el cambio en el bolsillo. Lo conoce: Es Esteves sin metafísica. Y ese Esteves mira a nuestro poeta y le saluda. Desde la ventana Álvaro Campos le grita ¡Adiós, Esteves! Y el universo se reconstruye sin ideal ni esperanza.
Después de leer múltiples ocasiones y de transcribir el poema de Álvaro Campos, considero que la obra puede servir para leer la saturación del yo. Hay un yo que formula versos maravillosos, pero que también sufre por la constante especulación de su vida y del universo; así como por el acto de rememorar su pasado. Es un yo que se encuentra solo, encerrado en un cuarto. Si bien, esto no es ningún crimen, quedan algunos reproches en el poema, tal vez como un fallo en la forma de experimentar algunos eventos. ¡Ojalá yo pudiese comer chocolatinas con la misma verdad con que comes! pero yo pienso, y al quitarles el papel de plata, que es hoja de estaño, lo tiro todo al suelo como tiré la vida. Por eso la saturación del yo es también una crisis de la experiencia del mundo exterior. O como observa Christlieb, el yo se vació de cultura y se llenó de tedio (Christlieb, 2011). Este sentimiento está presente en la depresión y en la ansiedad, condiciones contemporáneas, y resulta interesante que algunas de las técnicas para poder atravesar una crisis de ansiedad, sea justamente concentrarse en el mundo exterior, como si el exceso de yo fuera una pequeña luz en medio de la oscuridad, abriéndose camino con una linterna con iluminación intermitente, o una linterna con acetato que proyecta formas terroríficas.
Traducir el poema como Tabaquería era la forma más fácil de hacerlo, pero también se nombra como Estanco. Aún es una tienda de bienes donde se puede obtener entre otras cosas, tabaco, pero sobre todo también es un estado de desconexión con las cosas, o en términos de embarcaciones, hace referencia a una forma de sellado que no permite que entre el agua. Quizás para algunos el desafío de nuestra época será que el yo no caiga en el estanco. Por eso los que hacen críticas contemporáneas a algunos elementos de la psicología, les preocupa que se caiga en un exceso de individualismo en todos los sentidos y se termine culpando al sujeto de todo su malestar. Ahora que se descubrió la potencia del yo como proyecto a desarrollar constantemente y se inauguró la posibilidad de ser lo que se quiere ser – como dijeron los existencialistas y después Barbie – con ello también se cayó en el abuso de la responsabilidad sobre el sujeto. Si todo malestar multicausal se puede atender en lo individual, entonces difícilmente surgirán revoluciones que modifiquen la realidad porque el sufrimiento será atendido a puerta cerrada (Han, 2021).
Pero además de eso queda la intriga de la forma en que se han ido perdiendo las soluciones más espontáneas. En algunas publicaciones de Facebook se leía que el malestar no se curaba bailando, haciendo ejercicio o saliendo a caminar, la verdadera cura de todo era la terapia y era ofensivo que alguien más se atreviera a sugerir algo que no fuera un fármaco o el consultorio. Pero eran otros tiempos donde la psicología tenía que defenderse de todo, y si somos honestos, la tenían bastante difícil. La gente había sufrido toda la vida, ¿por qué ahora se tenía que pagar por acomodar el malestar? Además la psicología a veces decía cosas que la gente ya medio sabía, como la vieja viñeta donde una persona va a consulta con su psiquiatra y le dice que está deprimido y acto seguido, el psiquiatra le dice que tiene depresión y le cobra 800 pesos. Como un último punto, encontramos que no todos pueden ir a terapia y por ello, los humanos siempre hacemos lo que podemos para vivir. Y ese es el punto medular, que por buscar la validez y la pérdida de la estigmatización, nos metimos en lo que pareciera lo menos obvio y lo más justificado posible. Si bien, es cierto que no todo se resuelve bailando, saliendo a caminar, o haciendo ejercicio, pareciera que nos tomamos muy en serio la consigna de no prescribirlo y terminamos por erradicar la posibilidad de sumar esas experiencias a la vida cotidiana. La certeza científica de algunas disciplinas psi, nos hizo olvidar que en la vida se sigue haciendo lo que se puede. Por eso el sociólogo Frank Furedi temía que un posible efecto de tanta prescripción tan ajena a la vida, terminara por cultivar vulnerabilidad con impotencia de no saber qué hacer (Furedi, 2004). Nada de esto es excluyente a la terapia.
¡Adiós Esteves!
Lo que se ha enunciado aquí ha sido simplemente un acontecimiento: la transición entre pensar colectivamente y el nacimiento de los sistemas psicológicos para interpretarnos a nosotros mismos, a los demás y a nuestra realidad, a la par de regularnos. De paso se mencionaron algunas inquietudes respecto a esta nueva forma de pensar, su relación con el individualismo y algunos efectos sobre la subjetividad. Lo que no se ha hecho en este texto es pedir que renunciemos a la psicología, puesto que en este momento es muy difícil pensarnos sin ella y además, como nos recuerda la socióloga Eva Illouz (2010), al final ésta ofrece múltiples beneficios que si no estuvieran presentes, no la habríamos aceptado con tanto gusto. Más bien se trata de interrogar lo que produce este sistema de pensamiento y su conjunto de técnicas; indagar sobre sus efectos. Si en aquella disciplina se trabaja con lo que producen las ideas, entonces es dar un paso más atrás y preguntarnos por lo que ha producido ese conjunto de ideas tan grandes que llamamos psicología.
Lo que se propone es un equilibrio entre tanta prescripción psicológica para protegernos y entre lo que se hace auténticamente por estar aburrido, triste, feliz, cansado para lidiar con ello, cosa que también medio se sabe pero que parece haberse olvidado entre tanto discurso. Pero dejando de lado esa conclusión simplona parece ser que lo que se ha buscado formular aquí es una pregunta mayor: ¿Quién o qué será nuestro Esteves que nos regrese al mundo?
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Referencias bibliográficas
Broncano, F. (2012). La melancolía del ciborg. Herder.
Brooker, C. (2023). La Tierra según Philomena Cunk. [Serie]. Netflix.
Bruckner, P. (2008). La euforia perpetua. Sobre el deber de ser feliz. Ensayo Tusquets Editores.
Christlieb, P. (2011). Lo que se siente pensar o la cultura como psicología. Taurus Pensamiento [Kindle Edition].
Furedi, F. (2004). Therapy Culture: Cultivating vulnerability in an uncertain age. Routledge. Han, B. (2021). Psicopolítica (2da ed.). Herder [Kindle edition].
Illouz, E. (2010). La salvación del alma moderna. Katz Editores.
Petit, S. (2015). Hijos de la noche. Tinta Limón Ediciones.
Imágenes
Loc Dang, Mujer de pie junto a la ventana. Disponible en https://www.pexels.com/es-es/foto/mujer-de-pie-junto-a-la-ventana-1633299/
Mo Eid, Manta arrugada en una habitación oscura al atardecer. Disponible en https://www.pexels.com/es-es/foto/manta-arrugada-en-una-habitacion-oscura-al-atardecer-3337209/