Genealogía de la lluvia

Texto por Iris Olvera y José María Urrutia. Voz José Luis Ortiz y José María Urrutia

Puedes elegir escuchar el texto escrito. Tiempo de escucha: 10 minutos 8 segundos.

Mi abuelo solía decir: “Qué bonito es ver llover y no mojarse”. Siempre que llueve rememoro sus palabras, y comienzo a gotear.

Uno puede empezar el acto contemplativo de observar caer las gotas de agua, aquellas que narraba Cortázar al borde de una ventana, el terrible caer de un precipicio de una gotita de lluvia no fue más conmovedor como el de aquella narración, pero tal relato se realizaba del otro lado de la ventana. El cristal intermedio que resguardaba, que volvía impermeable al observador, uno no puede emprender tal cavilación sin estar un poco seco. Uno es observador mientras no es calado por la lluvia o por los fenómenos: los hechos.

Me gusta ver las gotas del grifo caer, con ritmo y aparente orden. Me hacen recordar que el agua erosiona las superficies. Así como cuando la vida sucede de a poco.

Un rezumar es lento y mucho más crucial, nos agobia con lentitud y dolor, aquí no hay casa a la cual volver, los muros se han llenado de moho y las filtraciones la han vuelto inhabitable. Nuestros muros levantados entre hormigón y dudas se empiezan a volcar desconcertadamente húmedos por una idea, unas palabras mal dichas, mal colocadas en una boca tartamudeante, unas manos de agua que las van filtrando hasta que se vuelven insostenibles, hasta que derrumban las paredes y nos dejan desnudos ante la intemperie; es aquí la diferencia entre estar permeado y estar calado.

En mi casa hay un domo que gotea, pero no cuando llueve fuerte, porque ahí el agua resbala, sigue su cauce, escurre, pero cuando llueve poco, constante, el agua se filtra, inundando poco a poco el hogar. 

Algo nos permea cuando nos cala como agua fría, como una tormenta que nos ha encontrado a medio camino y nos arrastra con ella. Se nos escurre el agua de una manera dolorosa por la ropa y el mundo se divide en los que se mojan y los que no. En los que rezuman como casonas viejas la humedad de tiempos pasados y los que están impermeabilizados. Permear una cuestión en otro es como mojarlo de dudas, lanzar una cubetada desde arriba, pero sin la delicadeza de gritar “¡Aguas!”, ¡Aguas que el hecho, el factum, de la realidad te va a caer encima! ¡Hazte a un lado si no deseas terminar empapado, permeado por una cuestión indescifrable! Si no nos movemos rápido, un constante frío nos acompañará el resto de la tarde, hay que hacer todo lo posible por mantenernos observadores. 

Hace unos días me encontraba en el mar, un ente azul que partía el horizonte, vasto cuerpo de agua. Nadando el cielo comenzó a llorar, aún no se si de felicidad o tristeza, pero sus lágrimas caían sobre todos los que nos encontrábamos ahí. Algunos salieron corriendo “¡está lloviendo!” sentenciaban agobiados, sin detenerse a pensar que ya estaban mojados. Poco a poco, gota a gota nuestras vidas se diluían como una transmutación que nos unía a la naturaleza, al mar. Era complicado saber si el agua que corría por nuestra piel era salada o de lluvia, era difícil, yo no sabía si eran gotas de fuera, o las lágrimas que caían por mi mejilla.

Quienes esperan llegar a casa a secarse y los que no tienen casa, que su casa en sí misma es inundación, que el meollo de la vida también ya se les mojó, como los documentos de identidad que olvidaron resguardar en una damnificación; yace ahí, apelmazado y descolorido, el expediente de su vida. 

A veces me creo impermeable. La existencia sucede, pero, incluso en las casas impermeabilizadas pueden existir goteras. 

Después están los que no son ni uno ni otro, los impermeables, los que todo se les escurre, los que están secos y por eso pueden ser contemplativos. Los que pueden ver llover y ver a los demás ser llovidos; que se diferencian de los que corren al ritmo de las gotas por la avenida, que intentan resguardarse de ser permeados, los que huyen de las alcantarillas abiertas y de los autos desconsiderados. Los que se convencen de estar secos, pero tienen los calcetines mojados.  

Aquel día me pregunté por la genealogía de la lluvia. Sentí mis calcetines mojados. La lluvia es imperdible, por más que uno trate de convencerse de estar seco. Buscamos refugio, calor, pero siempre llueve sobre mojado, evitar la lluvia es un acto insensato, es como querer huir de la existencia. Tanto para quien ve llover sin mojarse, como para quien no tiene de otra que vivir inundado, así como para los impermeables, tarde a temprano una gota fría tocará su piel, sentirán la humedad, el correr del agua, su frialdad y su vitalidad, y sí se dejan ellos comenzaran a llover, de la misma forma que Pessoa lo creía: “en cada gota de lluvia mi errada vida llora en la naturaleza.” 

 ¿Cómo será el árbol de la lluvia? ¿En qué hundirá sus raíces? La genealogía es el estudio del origen, como una etimología de la ontología, se remonta en una actividad incansable para ver lo más atrás posible. Es un rastreo histórico para ver si todos venimos de un mismo tronco, parece un afán por los lugares primigenios míticos. En un símil a la etimología, las palabras pueden reducirse a vocablos indivisibles que tienen un significado por sí mismos, a ello se le llama “raíz”, una es la raíz y los demás, prefijos, sufijos, superlativos, son ramificaciones que le fueron creciendo. Una palabra es la particular forma de crecer de una raíz en la boca de los hablantes, después de todo, las palabras se podan o se acrecientan como cosa viva, buscan la luz que entra por la boca y retoñan en los dientes, como cactus en el asfalto. ¿Cuál es la raíz de la lluvia? ¿Estas gotas son ramas de un árbol que se nos viene abajo? ¿Si rastreamos el pasado de cada gota nos toparemos con el tronco del agua?

hasta el final de la columna

a la que podía hacer temblar

como una raíz en la lluvia

Anne Carson

Parece que la indefensa gota dejada a los caprichos de la intemperie comienza a recrear las ramas de su hogar. En ausencia de obstáculos, en una superficie casi homogénea, se desliza sin problemas si hay impulso del viento o de alguien con suficiente curiosidad y tiempo para soplar, para observar las direcciones que toma dejando gran parte de su constitución líquida en la travesía. Es impredecible, se bifurca en las esquinas más inesperadas, casi parece hacer semicírculos imposibles en el aire, a pesar de soplar en dirección con el aliento caliente, esta tímida gota se bifurca en rama. En una carrera, nunca es sensato apostarle a la gota de agua.

Recuerdo que cuando niño jugaba a las carreras viendo las gotas en la ventana del coche.Nunca conseguía seleccionar a la ganadora, hacían lo que querían. Algunas unían sus existencias, otras la terminaban saliéndose del marco seguro de la ventana. Impredecibles sus movimientos, simulacros del caos. La ventana de mi auto, un fractal de agua. 

Describe una ruptura geométrica como gráficas del caos. A su paso deja un pequeño trazo transparente en la superficie no tan homogénea, si se coloca un pedazo de papel encima y se deja humedecer por el trazo dejado por la gota difunta, obtenemos su recorrido. Podemos utilizar un lápiz, un color, un pincel, para resaltar el trazo en el papel y observaremos con más propiedad estas ramas de agua. Si empezamos desde la muerte de la gota, ahí donde esté seco ya, y vamos hacia atrás, al punto de origen de la gota, obtendremos una genealogía líquida.

Intenté simular los recorridos propios del agua, darle sentido al caos. En una superficie de cristal, coloqué gotas, buscaba trazar sus recorridos, comprender su desorden. Inclinaba el vidrio, soplaba, rotaba la superficie. Las gotas corrieron, se deslizaron, avanzaron y retrocedieron, todas con patrones impredecibles. En algún punto imaginé que tenían vida, un árbol formado por los trazos del agua en el cristal. 

Un fino y frío cristal que distorsiona la mirada y la acota, el contemplar siempre requiere de una situación de alejamiento; el cristal del epojé; que nos suspende el juicio ante el agua que fluye en una ventana y que se vuelve cualquier cosa, menos agua en una ventana. Como el árbol en donde habitan las aves, un hueco en el corazón del aire.

El deseo de agua me hundía, me quitaba el aire; las ramas líquidas crecían a mi alrededor, protegiéndome, ocultándome, y en un intento por sobrevivir, me dejé caer. No me intriga lo que dejé entre las ramas de sombra, no me preocupa lo que perdí y que no estoy dispuesto a recuperar. 

Agua es una palabra raíz, es posible dividirla en dos sílabas, pero no tienen significado individual. Es de las primeras palabras en aprenderse, arma para dejar el silencio. Es de los primeros miedos en afianzarse. 

Siempre creí que pronunciar una palabra, es como salir a la superficie por una bocanada de aire. Uno sale del mar del silencio. Aquel día anubarrado, dejé que mi errada vida goteara en forma de lágrimas, al igual que lo hacía el mar.

Un comentario en “Genealogía de la lluvia

Deja un comentario