Hay un músico sosteniendo una guitarra. Con mirada dubitativa, mira el suelo y suspira. Lo que pensamos que era duda, era más bien dolor acompañado de una preparación emocional para interpretarlo. Comienza entonces a rasgar su guitarra, dando pequeños golpes a las cuerdas superiores. El ritmo de aquellas notas graves asemeja al sonido de una puerta siendo golpeada. Quien sigue la representación, no sabe si la puerta es tan gruesa que amortigua los golpes o si es la fuerza de quien espera afuera, la que flaquea y define la intensidad. Comienza entonces, un tremolo melancólico y el músico continúa con su interpretación de Una limosna por el amor de Dios. La música lo lleva a recordar las veces que no se dignó a si quiera responder a los extraños que pasaban por fuera de su casa para pedirle ayuda. –¿Pude haber hecho algo? ¿Había un mínimo de hospitalidad que pude haber regalado?– se pregunta el músico.

La hospitalidad es un tema sumamente antiguo, pero su eco resuena en el presente. La palabra proviene del vocablo hostis, que ofrece la curiosa bondad de significar tanto huésped como enemigo; porque si aceptamos que la hospitalidad incluye acoger a una persona desconocida en la propia casa, entonces se corre el riesgo de aceptar a un potencial enemigo que es capaz de despojarnos de nuestras posesiones, pero también de nuestro lugar en el hogar. Ahí radica su complejidad: ser hospitalario puede generar miedo y vulnerabilidad. Por eso hay quienes cierran sus puertas y sus fronteras con argumentos basados en el miedo a perderlo todo. Aquel concepto sirve para pensar diversas políticas, relaciones sociales, posturas éticas y recientemente, como una forma de escucha en el consultorio. Hoy nos interesa pensar lo que la filósofa y psicoanalista francesa Anne Dufourmantelle dejó escrito: Filosofar es darle hospitalidad al pensamiento (1).
¿Qué significa aquella extraña descripción? O como algunos filósofos y filósofas prefieren preguntar: ¿qué implicaciones tendría su aceptación? Ciertamente, darle hospitalidad al pensamiento involucraría dejar entrar a nuestra casa –en este contexto, nuestra mente– a una persona extraña con su propio sistema de ideas, con sus propias vivencias, con su propio lenguaje. Dejarla hablar, pero sobre todo, ofrecer nuestra escucha. Tensarnos hacia sus palabras (2) y atender las historias de sus pasos por aquellas tierras lejanas que a su vez, ofrecen repeticiones casi arquetípicas de la experiencia humana. En ese casi, se juegan las ambivalencias de la hospitalidad. En francés, el hôte significa también “anfitrión” y en sus manos se encuentra la responsabilidad de mediar entre la cultura de la persona invitada y la propia; dicho de otro modo, tiene que haber un punto de reconocimiento. Cuidados materiales –condicionados por el propio idioma, ajeno al de la persona extraña– serán una amabilidad parcial pero no ofrecerán el estatuto de la hospitalidad todavía. Ser hospitalario involucrará el esfuerzo de comprender a aquella persona desconocida y trazar puentes entre aquellas diferencias.
implica la apertura de escuchar activamente a la otra persona y es ahí donde radica la condición de posibilidad de la filosofía.
Si filosofar es ser hospitalario, contra toda visión idealizada, esto implicaría dejar entrar a un potencial enemigo en nuestra cabeza y por lo tanto, cometer una violencia contra nosotros mismos, nos dice Dufourmantelle. Acogemos a un sistema de pensamiento con el cual corremos el riesgo de ser saqueados y reemplazadas. ¿Qué posesiones nos puede robar la filosofía? En algunos casos, prejuicios, ideas donde encontrábamos sentido, estados de ánimo, creencias, sistemas de pensamiento. Que la simpleza descriptiva no oculte las dificultades: hay quienes pierden incluso la fe, como también están quienes fueron despojados de su ateísmo por alguna filosofía medieval. ¿Nos reemplaza la filosofía? Ciertamente no del todo, pero sí deja en nuestro lugar a un extraño que al escuchar los pensamientos de aquel viajero lejano, cambió de opinión o en algunos casos, aumentó su grado de obstinación –que tampoco es sinónimo de inmutación.
Darle hospitalidad al pensamiento es recibir al extraño tábano danés que habla sobre la angustia existencial o al filólogo alemán que se mantiene escéptico del estado actual de los valores de la civilización. Pero no nos pongamos románticos; esto implica también convivir con sistemas de pensamiento aborrecidos. Sea como sea, ello implica la apertura de escuchar activamente a la otra persona y es ahí donde radica la condición de posibilidad de la filosofía. Es verdad que quien practica la filosofía, hace crítica y algunos de ellos, proponen sistemas y conceptos. Lo hacen revisando los textos, evaluando sus argumentos y buscando contradicciones; analizando el contexto de enunciación, reflexionando sobre las implicaciones de la palabra o empleando el objeto formal que se desee. Pero antes de eso, quien se encarga de filosofar, primero tendrá que hospedar. Por eso nos dirá Dufourmantelle que la hospitalidad antes de ser un pensamiento, es un acto.
Se hospeda y después se hace crítica. Pero lo que pasa en esa estancia es algo que sólo sabe el o la anfitriona. No es ningún secreto que la filosofía pasa a través del cuerpo. ¿Quién ha leído un texto filosófico sin inmutarse? ¿quién no ha sentido angustia o alivio al leer a un o a una existencialista? ¿quién no se ha visto obligado a apresurar o pausar un texto que parecía hablarle tan personalmente? Se apresura el ritmo, por el éxtasis y el asombro; los hay también, quienes se apresuran como quien quiere terminar una experiencia displacentera lo más rápido posible. Se pausa por el contrario, por el vértigo, por el exceso de pensamiento o por indigestión filosófica –aunque otras veces las mismas condiciones de la vida nos obligan a tomar una pausa.
El resultado de dicho encuentro: se impregna un lenguaje y una cierta visión del mundo, y cuando esto sucede, entonces se interpreta de un modo distinto, haciendo que aquello que se sintió ahora se asienta. Es ahí donde se explican aquellas expresiones que realizan las, los y les estudiantes y aficionados de la filosofía, donde afirman sentirse deprimidos, pesimistas, realistas, motivadas –con toda la gama de emociones y sentimientos de quien lee quiera ponerle– por el conocimiento, aceptando heroicamente (con su carácter también trágico) que ya nunca verán el mundo igual.
Ser hospitalario con el pensamiento implica detenerse en el lenguaje de la otra persona, es atender la palabra con una minuciosidad similar a la del poeta, misma que llevó a Agamben a definir la labor de la filosofía y la poesía como ser guardianes del lenguaje. No es una hermenéutica de la sospecha, sino una actitud abierta que nace de la sensación de que verdaderamente las palabras pueden decir tantas cosas. Quien es hospitalario, es consciente de esa plenitud y de ahí radica su cuidado en tratar de comprender. Como el extraño y lejano Aristóteles, recibido por un moderno Thomas Kuhn quien decidió escuchar aquella física de otro tiempo y preguntarse si, a pesar de sus conocimientos, estaba entendiendo al estagirita. Ese deseo de comprender –por la paz llamémosle rigor– es parte de la hospitalidad en la filosofía.
Muchas cosas más se pueden continuar pensando a través de la hospitalidad. Pero el día de hoy –la hospitalidad del autor– fue haber dejado entrar a la extraña Anne Dufourmantelle, quien fue descrita por Lutereau como una pensadora de la vida desgarrada, atravesada de contradicciones, que no renuncia al dolor, para esbozar otra definición del acto de filosofar. Pero además, como ocurrencia sucede también, que la filósofa de la hospitalidad abrió la puerta de su consultorio, sus emociones y sus pensamientos, a todos sus lectores, dejando entonces la pregunta: ¿se puede hablar también de una hospitalidad prospectiva? ¿Los escritos de las, les y los filósofos también pueden ser hospitalarios con les lectores de la posterioridad?
Y tú, lector ¿qué filosofías hospedas en tu mente?
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Notas y referencias bibliográficas
(1) Anne Dufourmantelle, En caso de amor: psicopatología de la vida amorosa (Buenos Aires: Nocturna editora, 2018), 211.
(2) Iris Lluvisela Olvera Moreno, “El sonido del sentido: La tensión de la escucha”, Reflexiones Marginales, 28 de noviembre de 2022, https://reflexionesmarginales.com/blog/2022/11/28/el-sonido-del-sentido-la-tension-de-la-escucha/
Un comentario en “La filosofía como hospitalidad”